Algunos pensamientos errantes sobre ‘Coco’ y la representación centroamericana

 

Durante la nonagésima entrega de los premios Óscar ocurrida el 4 de marzo de 2018, tal como se anticipaba, Coco de Disney/Pixar ganó el premio a mejor película animada de año. Al terminar las palabras de agradecimiento por parte de los directores y productores de la cinta, el actor y voz del personaje de Miguel en la versión anglohablante, Anthony González, se paró ante el micrófono en frente del escenario y gritó "¡Viva México!".

Por si acaso no lo sabían, Anthony es guatemalteco-americano. Aunque estoy segurx que dicho saludo fue muy apreciado por millones de mexicanos, tal acción me dejó con cierta inquietud, como también me imagino, a muchos otros espectadores centroamericanos esa noche, o entre quienes vieron un resumen de la premiación el día siguiente en sus redes sociales.

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Antes de proceder, quiero aclarar que al escribir este ensayo, de ninguna manera tengo la intención de criticar al joven Anthony González. Al contrario, deseo tomar esta oportunidad para declarar lo orgullosxs que nos sentimos por todos sus logros y que él se merece toda acolada que se le ha otorgado. Nosotrxs respetamos su trabajo y todo el sacrificio por parte de su familia en ayudarle a cumplir todos sus logros. Anthony es un joven muy talentoso y le deseamos todo lo mejor en lo que él desee hacer con su carrera.

Dicho esto, lo que a mí me interesa muchísimo es examinar cómo Anthony es percibido y recibido como guatemalteco-americano dentro de la cultura popular latina en Estado Unidos; ya que esto nos brinda la oportunidad para deconstruir y analizar las limitaciones de la política de representación en lo que se relaciona con la comunidad centroamericana.

 ¡Juguemos el juego de representación!

Durante el año (2018) el hashtag #RepresentationMatters (#LaRepresentaciónImporta) se consolidó como un verdadero movimiento social que reclama más representación, inclusión y diversidad de las comunidades marginadas dentro de las industrias del entretenimiento y publicación. Y sin duda, la cinta animada de Coco se ha convertido en protagonista dentro de este cambio de paradigma cultural. En particular, para una comunidad mexicana que durante el último siglo fue ignorada por la industria de cine de Hollywood, o se vio reducida a una serie de estereotipos racistas continuamente reciclados en la cultura popular anglosajona. Así, Coco se convirtió en un soplo de aire fresco. ¿Y cómo no? La película es una idílica y fantástica representación de México cuya narrativa valoriza la familia, la cultura, y el esfuerzo colectivo; es un colorido reflejo de la comunidad mexicana durante una época en que la misma ha sido tan calumniada por Donald Trump. En definativa, es la perfecta destilación de lo que significa ser unx mexicanx diseñada y construida por los ingenieros de la imaginación gringos de Disney/Pixar.

Entonces, ahora que Coco ha ganado el máximo premio en el mundo cinematográfico, ¿ya podemos proclamar una nueva era de representación latina? Bueno, no precisamente.

Quiero que ustedes, queridxs lectorxs, tomen un momento para considerar lo siguiente: en lo que respecta al juego de la política de representación, no existe un compromiso democrático en donde todos los participantes tienen la oportunidad de jugar. Al contrario, son las voces más fuertes y dominantes las que terminan siendo escuchadas. Y aunque nosotrxs lxs latinoamericanxs somos un conglomerado de pueblos diversos y heterogéneos, es la voz mexicana la que siempre se oye más fuerte y clara, por virtud del tamaño de la población y permanencia geográfica. Por ejemplo, vean esta tabla:

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¡Miren eso! Desde 2016 hay, aproximadamente, 36.2 millones de mexicanxs viviendo en los Estados Unidos. ¿Y lxs centroamericanxs? Solo 5.3 millones, una proporción de casi 6 a 1.

Con esto no quiero destruir la fantasía de percibida igualdad entre latinxs; pero nosotrxs como centroamericanxs no estamos cerca de tener el mismo nivel de acceso, oportunidad, recursos, y poder político y cultural de lxs mexicanxs. Eso es un hecho. Y no importa la cantidad de glorificación de LATINX como término unificador, la igualdad nunca será una realidad para nosotrxs.

Miren, no hay nada malo en que lxs mexicanxs se sientan orgullosos de su rica historia y cultura; pero tenemos que reconocer que al ser el demográfico latino más grande en Estados Unidos, por un margen ridículo, otros grupos terminan siendo oscurecidos, o totalmente borrados. Casi toda la televisión de habla hispana refleja el imaginario mexicano. Incluso la mayoría de plataformas y redes sociales designadas para audiencias latinas priorizan al demográfico mexicano. ¡Puros tacos, conchas, y chingonxs! Y esta es la razón por la cual en el último par de años, muchas plataformas centroamericanas han aparecido en redes sociales. Por pura necesidad.

Entonces, no es una sorpresa que cuando se trata de la inversión de millones de dólares en grandes producciones mediáticas (ya sea en cine, televisión, internet y publicaciones), que son supuestamente destinadas a la población latina, los creadores solo se interesan en el mercado latino con el poder adquisitivo más grande: lxs mexicanxs. Ningún creador mediático va a invertir su dinero en una carísima cinta animada sobre Centroamérica, mucho menos sobre las poblaciones indígenas o afrodescendientes del istmo. Y ni siquiera creo que el producto sería de calidad si eso ocurriera).

La Aterradora Palabra H

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En estos momentos en los que nuestra comunidad centroamericana alza la voz sobre la borradura que experimentamos dentro del marco de la latinidad en Estados Unidos; o cuando intentamos abrir el discurso sobre la posición comprometida en la que Centroamérica se encuentra dentro de las maquinaciones geopolíticas de América del Norte (en particular, la complicidad mexicana en estos asuntos), me asombra cómo lxs mexicanxs nos hablan con la presunción que nosotrxs lxs centroamericanxs ejercemos un poder político y cultural semejante al de ellos. Y en algunos casos, personas mexicanas reaccionan como si nuestras críticas y quejas legítimas tuvieran la capacidad de hacerles daño.

Al respecto, en unos de mis tweets opiné lo siguiente: “Uno de los síntomas más claros que demuestra el estar empotrado dentro de una hegemonía cultural es la inconsciencia del dominio que uno ejerce… ¿Cómo entonces explicamos que 35 millones de mexicanxs en Estados Unidos piensan que 6 millones de centroamericanxs, de alguna manera, tienen el mismo acceso a recursos y poder que ellos?”

Cuando hablamos del concepto de hegemonía mexicana, no nos referimos a una fantasía nebulosa que brota de un imaginario centroamericano con una sobreabundancia de odio recorriendo en sus venas. El concepto viene de un lugar marcado por experiencias vividas, del trauma de estar atrapados dentro de un diagram de Venn, lentamente aplastados por dos enormes ideologías nacionalistas. Es una realidad material en la cual nosotrxs, como centroamericanxs, no solo tenemos que asimilarnos a la hegemonía principal que constituye la supremacía blanca norteamericana; sino, también a una hegemonía secundaria constituida por la mexicanidad, y después pasar el resto de nuestros días tratando de descifrar cómo navegar entre las dos.

Quiero dejar claro que la hegemonía mexicana, obviamente, no tiene el mismo alcance o potencia que la hegemonía supremacista blanca y capitalista de los gringos. Pero como estamos hablando de una población relativamente pequeña como la centroamericana, ambas hegemonías (estadounidense y mexicana) son prácticamente del mismo tamaño. Y aunque se puede argumentar que las ambiciones imperialistas de la hegemonía estadounidense han causado trauma y muerte catastrófica en Centroamérica, en los últimos veinte años, el estado mexicano se ha vuelto el compadre de Estados Unidos, y ha estado cometiendo atrocidades incalculables en contra de lxs migrantes centroamericanxs.

Para muchxs centroamericanxs, la manera en la cual han sobrevivido, o se han enfrentado, o han navegado frente a la hegemonía mexicana es tan variada y única como la experiencia individual de cada persona. Para algunxs, ha significado aprender a aceptar una relación casi paternalista con dicha comunidad, para ser siempre el blanco de comentarios pasivo-agresivos y desdeñosos.

Para otrxs, ha significado la negación total de su identidad centroamericana y hacerse pasar por mexicanxs para evitar ser denigradxs o atacadxs. Y para otrxs, como mi padre, que llegó a Estado Unidos a mediados de los setenta, significó aprender el caló de los chicanos para comunicarse con los cholos de su vecindario y hacerse pasar por uno ellos sin ser molestado. Finalmente, para algunxs, significó escoger la ruta de la autodefensa para protegerse de la implacable violencia de las pandillas mexicanas que, de paso, es como se formó la Mara Salvatrucha.

En fin, el punto es que muchxs centroamericanxs, han  tenido que asimilarse de una u otra forma a la cultura mexicana. Y aunque sardónicamente diría que décadas de currícula chicana en muchos niveles de educación es casi como la aculturación institucional de la historia mexicana también debo admitir que no todas las interacciones entre centroamericanxs y mexicanxs son demarcadas por un esquema de relaciones jerárquicas. En sí, es lo opuesto: creo que lxs centroamericanxs han hecho todo lo posible para vivir en comunidad con la gente mexicana y viceversa, somos amigxs, vecinxs, colegas, parejas, y hasta familiares. Y no es como si existieran pandillas ambulantes de mexicanxs tratando de inculcarnos su cultura a la fuerza. Pero ahí está el detalle cuando se trata de una hegemonía cultural, la fuerza bruta no es necesaria para ejercer su poder y reforzarse, solo necesita ser la norma. Aun en su forma más benigna, por pura virtud de su ubicuidad a través de todo el suroeste de Estados Unidos, la cultura mexicana no sòlo es la norma, es fatalmente inescapable.

En términos prácticos, eso quiere decir que para que una persona haya sido migrante del istmo centroamericano y haya entrado a la geografía del suroeste de Estados Unidos, le fue necesario tener al menos un conocimiento rudimentario sobre el lenguaje, modismos, y cultura popular mexicana; no solo para ganarse la vida, sino también para poder ambular, socializar e interactuar dentro de varias comunidades.

Porque no importa qué tan denso haya sido un enclave centroamericano, siempre estuvo rodeado por la población mexicana. Sin embargo, el haber nacido de centroamericanxs que vinieron al suroeste, significa que la cultura mexicana fue casi un desarrollo congénito dentro de nostrxs ya que desde temprana edad la hemos absorbido. Por haber crecido comiendo tortillas pachas de la marca Guerrero, o haber sido llamado güey en la escuela, o haber oído un vecindario entero estallar cuando México metía un gol, reconocemos que todas esas experiencias indicaban que estábamos en tierra que no era nuestra. Pero lo triste es que ni sabíamos que éramos extranjerxs hasta aquel fatídico día en que nos preguntaron de dónde eran nuestros padres.

(Recomiendo leer los ensayos de Virginia Lemus titulados Always Say You’re Mexican Part I y Part II).

¿Con que eres centroamericanx?

Entonces, regresemos a la tesis de este ensayo: ¿qué tiene que ver todo esto con Anthony González? Bueno, en marzo de 2018, este joven apareció en el programa de Telemundo titulado Don Francisco Te Invita para promover el lanzamiento de Coco en video. Durante el curso de la entrevista, Don Francisco le preguntó a Anthony sobre su vida:

Don Francisco: “Oye, ¿y tú eres de origen guatemalteco, no? ¿Tus padres?

Anthony: “Sí, yo soy de Los Angeles, pero mis padres son de Guatemala. Y tengo muchos familiares de México también. ¡Y amo a México!”

Fue entonces cuando Don Francisco le pidió a Anthony que cantara un corrido mexicano y él se prestó a dar su versión de ¡Viva México! (de Pedro Galindo Garza). Desde la perspectiva de la audiencia mexicana en sintonía, ver a un jovencito guatemalteco, vestido de charro, cantándole de corazón a México, debe haberles parecido la cosa más graciosa del mundo, aunque también habrán apreciado el halago. Pero para muchxs centroamericanxs, dicha escena abrió una caja de Pandora de emociones complicadas.

Por una parte, fue maravilloso ver al joven guatemalteco-americano alcanzar este nivel de éxito y así representar a la comunidad centroamericana de una manera positiva. Pero por otro lado, nos debemos preguntarnos si en realidad el joven está representando a la comunidad centroamericana en primer lugar. En ese corto intercambio entre Don Francisco y Anthony, yo en lo personal encontré algo raro cuando le preguntaron sobre sus antecedentes culturales, y entonces él decidió localizar a sus orígenes en la ciudad de Los Angeles, pero a sus padres en Guatemala, casi como si no quisiera estar vinculado con su herencia cultural. Y luego, aparentemente renunciando a sus orígenes guatemaltecos, Anthony proclamó su amor por México al cebar el fuego ardiente del nacionalismo mexicano con un corrido patriótico. Y aunque todo este escenario le parezca raro, antinatural, y desconcertante a unx centroamericanx orgullosx, hay una razón legítima para lo ocurrido.

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Aunque un número sustancial de publicaciones han sido lo suficientemente específicas para notar que Anthony es guatemalteco-americano, en las video entrevistas que investigué para este ensayo, el mismo actor nunca es abierto sobre sus orígenes guatemaltecos. Está claro que en muchas entrevistas en inglés, el hecho que Anthony sea de origen guatemalteco no es un detalle importante porque por defecto, en el mundo anglohablante se asume que la mayoría de latinxs somos de origen mexicano. Sin embargo, es durante las entrevistas en español en donde el origen de los padres de Anthony se convierte en un punto de conversación, y de cierta manera, una contradicción de nacionalismos en competencia, cuya única resolución es expresar públicamente un amor total por México. ¿Cómo?

Bueno, de acuerdo con la historia que Anthony y su familia han declarado en varias entrevistas, él y sus hermanos siempre han tenido una afinidad por la música de mariachi. De hecho, Anthony creció viendo cómo sus hermanos tocaban en la Placita Olvera (que históricamente ha sido el corazón mexicano de Los Ángeles); y así, decidió que quería dedicarse a ser un mariachi profesional.

Ahora, quiero que ustedes, queridxs lectorxs, tomen un momento para imaginarse lo difícil que debe haber sido para estos jóvenes guatemalteco-americanos entrar y cantar profesionalmente en el marco de un género musical que, esencialmente, define el nacionalismo mexicano. Estar abiertamente y vocalmente orgullosx de ser centroamericanx y ser unx cantante profesional de mariachi en un producto de entretenimiento que será comercializado a una audiencia latina dominada por mexicanidad, no sólo es anómalo, es una contradicción total.

Quiero aclarar que ser centroamericanx y amar la música de mariachi, hasta el punto de querer cantarla profesionalmente no es una contradicción en sí misma. Y por el simple hecho que a Anthony le guste la música de mariachi, no significa que por defecto es un mexifilo. Nosotrxs como centroamericanxs hemos amado la música de mariachi, corridos y boleros desde la época de Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís y José Alfredo Jiménez. Por generaciones, lxs  centroamericanxs hemos crecido escuchando todo tipo de música mexicana y la amamos. De hecho, hay cientos de conjuntos de mariachi por todo Centroamérica que tocan y aprecian la música mexicana; sin embargo, siguen siendo orgullosxs de ser centroamericanxs.

Dicho esto, cuando presentadores en Telemundo y Univisión, cadenas de televisión cuyas audiencias más grandes pertenecen a la deseada demografía mexicana, le preguntan a Anthony sobre sus orígenes guatemaltecos, lo hacen porque es una oportunidad pública para resolver la contradicción en la cual Anthony, un guatemalteco-americano, protagoniza a un personaje mexicano (en el rol estelar) en una producción de Disney/Pixar de $200 millones de dólares que, absolutamente, necesita conectarse, resonar, representar y ser validada por la comunidad mexicana en Estados Unidos.

Estoy segurx que muchxs argumentarían que a la comunidad mexicana en Estados Unidos no le importa de una u otra manera que la voz del protagonista de Coco haya sido interpretada por un actor que no es de ascendencia mexicana; y quizá ese sea el caso ya que al final del día, Coco es solamente una película animada familiar, el sabor del mes. Y quizá también, para Anthony y su familia, la cinta funciona como una audición pública nacional para una futura carrera músical. Pero a la vez, les pido a ustedes, con toda seriedad, que consideren la siguiente situación hipotética: ¿Qué hubiera pasado si durante las entrevistas sobre Coco, Anthony hubiera dicho lo siguiente: “Yo soy un orgulloso guatemalteco y amo la música de mariachi. ¡Viva Latinoamérica!”? Les garantizo que muchxs mexicanxs a través de los medios sociales, se hubieran quejado porque el joven Anthony no estaba representando a México de la manera adecuada. El nacionalismo mexicano, como un mecanismo sociocultural hegemonizante nunca permitiría que Anthony fuese un guatemalteco orgulloso mientras presta servicio como un designado representante de dicha cultura.

Entonces, al menos que unx quiera ser unx mariachi centroamericanx orgullosx pero solitarix, que existe en el ostracismo, empujadx a las franjas por una audiencia mexicana en perplejo; unx centroamericanx audaz se mantendrá calladx y minimizará sus orígenes, y lo sobre compensará proclamando un amor eterno por México en todos los rincones del mundo.

En otra entrevista con el programa “Despierta América”, el presentador la preguntó a Anthony sobre sus padres guatemaltecos, y su madre respondió lo siguiente:

“Venimos a Los Ángeles hace muchos años. Nuestros hijos nacieron en Los Angeles. Amamos la cultura mexicana... [Y luego comentó sobre el consejo que le dio a Anthony:]

“Hijo, abre tu corazón. Los Ángeles es unidad. Estados Unidos es Estados Unidos. Tu corazón tiene que ser universal. La música es lo más lindo. Conectas con el público. Da lo que puedas de ti. Lucha por tu gente como César Chávez, Dolores Huerta, tantos líderes que hemos tenido en Los Ángeles… Abre tu corazón sin mirar banderas”.

Aunque para muchas personas lo que la madre dijo parece un lindo sentimiento sobre la condición multicultural de la latinidad, en fin, tiene que ver más con el intento de elevar la cultura e historia mexicanas. En sí, es una madre haciendo un esfuerzo calculado para legitimar a su hijo como un mariachi profesional y apaciguar el peligro de ser rechazado por algo que él ama. Porque al grano, la pregunta es, ¿gastarían lxs mexicanxs su dinero en boletos para conciertos, discos y otra parafernalia de un mariachi guatemalteco?

Ningunx centroamericanx que se respeta a sí mismx gritaría “¡Yo amo a México!” o le haría homenaje/tributo a lxs mexicanxs, a menos que fuera absolutamente necesario para avanzar en su carrera, para no ser molestado o atacado, o simplemente, para sobrevivir.

Reacción al "¡Viva México!" de Anthony a través de redes sociales mexicanas

Con todo el esfuerzo que el joven Anthony y su familia hicieron para construir una imagen pública que no sólo halaga el ego mexicano y que, a la vez, marginalmente, reconoce sus orígenes guatemaltecos, parece que todo culminó exitosamente con el grito de “¡Viva México!” en la noche de los premios Óscar. La reacción de la audiencia mexicana en redes sociales fue abrumadoramente positiva; pero también algo problemática, principalmente porque muchxs mexicanxs no saben ni entienden las complejidades de ser centroamericanx en el sureste de Estados Unidos.

Dichas reacciones aparecieron en cuatro distintos sabores:

  1. ¡Ese niño guatemalteco es magnífico! ¡Esto es un éxito para todos lxs latinxs!

  2. Ese niño guatemalteco sí que le canta con amor a México. ¡Qué bueno! ¡Me agrada mucho!

  3. Ese niño ama tanto la música mariachi y a México que hasta debería ser mexicano.

  4. ¡Ese chamaco mexicano es fenomenal!  

Aunque el primer ejemplo parece ser benigno e inclusivo, sigue siendo un gane para México, pero no para toda Latinoamérica y no importa lo que diga al respecto el mercadeo de Disney/Pixar. El hecho que Anthony es un guatemalteco-americano fue eclipsado y minimizado cada vez que él clamaba su amor por México y cantaba vestido de charro. Y su origen chapín fue totalmente borrado cuando gritó “¡Viva México!” a una audiencia de millones de personas. En ese momento, Anthony se convirtió en un vehículo para el nacionalismo mexicano, quien se ha autodenominado como el representante para toda latinidad ante el mundo de los gringos. Y ese fenómeno no es una ocurrencia singular. En el imaginario blanco norteamericano, México continúa siendo el suplente para toda América Latina.

El segundo ejemplo también suena algo benigno, pero apesta a paternalismo. El hecho es que muchxs mexicanxs no tienen ni el menor concepto sobre Centroamérica y sus pueblos. Como existen dentro de una hegemonía cultural, no hay nada que lxs incentive a aprender sobre Latinoamérica, especialmente Centroamérica o el Caribe, a menos que sean expuestxs a información a través de los medios de comunicación. Lo que creen que saben sobre lxs centroamericanxs es, de hecho, una mezcla de estereotipos, clichés reductivos o cualquier historia sensacionalista que ha aparecido en el programa “Primer Impacto”. Fuera de un continuo flujo de historias tristes, sórdidas y negativas, la única vez que somos visibles para lxs mexicanxs ocurre cuando les hablamos directamente, o mejor aún, cuando captamos su simpatía.

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Pero el tercero y cuarto ejemplo son los más preocupantes. Hasta este punto, cualquier semblanza de que Anthony es centroamericano se vuelve irrelevante ya que algunxs mexicanxs incorporan al joven dentro de la mexicanidad o, si no, se inventan puras babosadas. Por ejemplo, hay una historia popular según la cual Anthony nació en el vecindario del este de Los Ángeles, porque todxs sabemos que para tener una legítima historia mexicana/chicana de origen, la estrella de Coco necesita provenir de las bravas calles del barrio del “East L.A.” Y su nombre es probablemente Antonio; pero se lo tuvo que cambiar a Anthony, como le pasó a Ricardo Valenzuela (Ritchie Valens) porque ¿tiene que lucir ante los gabachos de Disney, no?

¡Claro que no! Anthony y su familia no son del este de Los Ángeles y su nombre de nacimiento es Anthony porque a nosotrxs lxs centroamericanxs nos encanta darles nombres gringos a nuestrxs hijxs.

El último ejemplo es completamente perturbador porque expone la noción que dentro de cada pobre centroamericanx hay unx mexicanx muriendo por salir, por lo tanto, recordamos el uso popular del famoso dicho de Chavela Vargas: “¡Los mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana!”. Y aunque estoy segurísimo que ese dicho ayuda a inflar los pechos mexicanos de puro chingonismo, a la vez, pienso que denota una tendencia casi culturalmente imperialista con el resto de Latinoamérica. En otras palabras, lxs mexicanxs pueden nacer donde les de la chinganda gana porque el ser mexicanx es una existencia trascendental, que va más allá de las fronteras y busca corregir la malformación de no haber nacido mexicanx.

En sí mismo, este planteamiento no es muy distinto con respecto a cómo funciona el nacionalismo norteamericano. Claro, que el dicho de Chavela es algo irónico ya que ella es costarricense de nacimiento. Y aunque su afiliación a la mexicanidad es comprensible considerando el maltrato que experimentó en su tierra natal por ser lesbiana, la manera en que su dicho es usado en el contexto contemporáneo trata de erradicar su defecto por haber nacido en Centroamérica.

Algunxs seguiran argumentando que Coco solo representa a México y a ninguna otra nacionalidad, entonces ¿qué importancia tiene lo que nosotrxs digamos como centroamericanxs? Pero yo afirmo que: 1) la cinta ha sido vendida en el mercado como un triunfo para todxs lxs latinxs, y 2) la voz principal de la película, no obstante, es de un actor guatemalteco-americano. Nada cambiará ese hecho. Ignorar que Anthony es de ascendencia guatemalteca no solo es un acto de borradura, pero un deservicio a todxs lxs guatemaltequxs y centroamericanxs quienes apoyaron a Coco. A final del día, la única manera en que Coco podría significar un gane para la representación latina ocurriría si todxs lxs latinxs, democráticamente, votáramos para que lxs mexicanxs fuesen nuestrxs representantes ante el mundo gringo.

Algunos pensares concluyentes para mis compañerxs centroamericanxs

Deseo dejar dicho algo muy claro: Anthony González es un joven talento que aún está desarrollando su propio sentido de identidad, y él tiene todo el derecho de autoidentificarse como le guste. Nadie tiene el derecho de imponerle o presumir su identidad. Claro que para muchxs de nosotrxs centroamericanxs es decepcionante que no ande proclamando sus raíces guatemaltecas. Pero bien, esa es la realidad de mucha de nuestra juventud en Estados Unidos. Y aunque es lamentable que Anthony no represente al istmo centroamericano con todo vigor, tampoco es justo sostenerlo en contra de él. Es el mismo caso con su madre. Si ella anda por todo lugar diciendo cuánto ella y su familia aman a México, es porque ella es una madre que quiere a su hijo y desea que toda oportunidad esté a su alcance. No es muy distinto de cuando nuestras madres o padres halagaban a los gringos si significaba ganarse unos dólares más para darnos de comer.

En fin, Anthony es un joven que no merece ser el objeto de una lucha de cuerda nacionalista entre adultos tratando que cortar su pedazo de pastel. Él es un joven que merece ejercer su pasión por la música sin el escrutinio de nacionalismos en competencia, mercantilizándolo como si fuera un muñeco de Miguel.

Anthony se merece una comunidad que se enorgullezca de sus logros, y que lo apoye en sus esfuerzos futuros. Si algún día él lanza un álbum de mariachi, yo estaré feliz de comprarlo.

Y en cuanto a nuestra comunidad centroamericana, que se siente privada de representación popular, les digo lo siguiente: nadie lo hará por nosotrxs, tendremos que construirla por cuenta propia. Tenemos tantas historias que necesitan ser contadas, con nuestras propias voces. Pero, por suerte, tenemos mucho talento entre nosotros. Y aunque los recursos, oportunidades y accesos son limitados, como nuestros padres y abuelos, somos pueblos trabajadores y crearemos las avenidas con nuestras manos.

publicado originalmente en dichosdeunbicho.com